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viernes, 10 de julio de 2009

Felices los normales

Felices los normales, esos seres extraños.
Los que no tuvieron una madre loca, un padre borracho, un hijo delincuente,

Una casa en ninguna parte, una enfermedad desconocida,
Los que no han sido calcinados por un amor devorante,

Los que vivieron los diecisiete rostros de la sonrisa y un poco más,
Los llenos de zapatos, los arcángeles con sombreros,

Los satisfechos, los gordos, los lindos,
Los rintintín y sus secuaces, los que cómo no, por aquí,

Los que ganan, los que son queridos hasta la empuñadura,
Los flautistas acompañados por ratones,

Los vendedores y sus compradores,
Los caballeros ligeramente sobrehumanos,

Los hombres vestidos de truenos y las mujeres de relámpagos,
Los delicados, los sensatos, los finos,

Los amables, los dulces, los comestibles y los bebestibles.
Felices las aves, el estiércol, las piedras.

Pero que den paso a los que hacen los mundos y los sueños,
Las ilusiones, las sinfonías, las palabras que nos desbaratan

Y nos construyen, los más locos que sus madres, los más borrachos
Que sus padres y más delincuentes que sus hijos

Y más devorados por amores calcinantes.
Que les dejen su sitio en el infierno, y basta.

martes, 16 de junio de 2009

Sucede a veces



Sucede a veces
A Rigoberto Ávila

Sucede a veces,

que uno se enamora de los árboles,

por la sombra que producen,
la fuerza de sus ramas
o la dulzura de sus

frutos.

Sucede también,

a veces,
que el árbol que uno ama
se convierte en hombre,
y uno

ama sus ideas,
sus labios,
su corazón,
sus brazos
o

el sexo,
(porque los árboles tienen sexo).

Y sucede después, a veces,
que el árbol

que uno ama
está tan cerca que asombra,
asusta.
Deja de ser un árbol
y parece un sol
que deslumbra los

ojos enamorados.

Y sucede entonces, a veces,
que uno no sabe
si cerrar los ojos y esconderse,

o contemplar al árbol-hombre-sol
hasta quedarse ciego.


Irma Pineda (Nación Zapoteca, México,

1971)