miércoles, 18 de marzo de 2009

Minerva




Abro mis ojos y te veo a mi lado, Minerva; observo tu cuerpo y no creo mi suerte. ¿Cómo es que semejante dicha ha venido a embargarme? ¿De dónde proviene el milagro de tenerte a mi lado todos los días? Minerva, ¿de dónde has salido?

Estoy mintiendo. Todo es mentira, la dicha, los milagros, la suerte. Todas esas ficciones con las que mantengo vivas las llamas de mi destino; con las qe mitigo un poco mi frío; para no apagarte. Tú que estás llena de vida, tú que entraste por mi puerta para ya nunca irte. Y dime, Minerva, ¿por qué no te quieres ir? ¿Qué ves en mí, en un hombre derrotado por los años, cuya sangre es vieja y sus ojos están cansados de tanto ver? He visto tantas vidas, tantas manos han tocado mi rostro. Tantos rostros han palidecido al despojarme de la máscara.
Pero a ti no te importa. Te has sumergido en el abismo y vuelto a salir, triunfante, como si nada de lo que hubieras visto pudiera matar tu alma. ¡Cómo habrá sido tu vida, Minerva, cómo habrás vagado por el mundo, desdichada, si lo que ves en mí no te parece perturbador! Como quisiera penetrar en tus pensamientos y descubrirte tal cual eres, ver que es lo que piensas de mí, así como cuando navego por tu cuerpo y te descubro, sintiéndote, escuchando tus gemidos y deshaciéndote en suspiros y humedad, mientras suplicas que nunca salga de ti. Quisiera sentirte así de mía cuando estamos en silencia o cuando duermes, y los duendes de tu sueño crean una barrera y me impiden saber de ti.
¿Qué eres, Minerva?
¿Por qué es tan difícil saborearte en el misterio, por qué esta sensación de invalidéz, de saberte efímera en mi momento? Cuando caminas, cuando cocinas para mí, cuando jugamos y reímos y nos sentimos los seres más dichosos de este planeta, ¿por qué te escapas? ¿A dónde, que no puedes llevarme?
Etérea, el espacio se pierde en tus ojos. En tu pelo arde esta llama que me consume desde hace tanto, alimentándola. En tus labios está el veneno que tan lentamente me está matando, pero del que siempre pido un poco más. En tu sonrisa se asoma el diablo, Minerva.
Y en mis cenizas se consume algo que no soy, que hace mucho deje de ser. ¿No te doy asco, no soy aterrador acaso? Cuando me despojo del disfraz, no te espantas, no huyes. Parecieras disfrutarlo, aplaudiendo a este payaso que ha prescindido del maquillaje. Este actor cuya alma cae ante sus pies. Tú, mi tierna espectadora, alimentas este odio, quemas mis esperanzas cuando hablas de un futuro, de tus sueños junto a mí. Yo ya no sueño, Minerva, mis párpados se han disuelto en la oscuridad, mi llanto en el silencio. Estos ojos secos se deshacen entre la corteza de la noche. Yo ya no soy, Minerva, aunque quisiera serlo por ti.
Sigo buscando un punto final, cómo alejarte de mi vida, cómo descansar en paz. Cómo robarte un poco de lo que eres, y quizás así, volver a mis costumbres asesinas sin ningún remordimiento. Pero no te irás, porque eres mía Minerva, y yo soy tuyo, porque llevo tu nombre tatuado entre mis venas, y mi sangre es una con la tuya, desde aquel día en que llegaste hasta mí. Y me enseñaste que la paz es para los débiles y que los monstruos como tú y yo no merecen vivir sólo bajo las camas. Me abriste la puerta al mundo y abriste mis heridas. Minerva, vuelve a tu cielo, a tu Olimpo de opio, donde los humos se elevan en tu nombre, donde el sol entra por tus ojos y se esconde en tu matriz. Vuelve a ser la madre de todos los desposeídos, y vuelve a morir.
¿Cuándo, Minerva?

1 comentario:

Meta-Luis dijo...

Triste, denso, tierno... genial.

aun, evidente e inocente, pero lastimoso.

me gustó.

saludos