jueves, 23 de octubre de 2008

El jinete de la noche

Oscuro, el caballo, recorre la noche entre las sombras.

Despacio, el jinete, escoge a la nueva víctima de su maldad.

Tranquila, como si cualquier cosa, en su hogar descansa Azalea, bella flor de primavera que no se ha marchitado por el otoño, que mira a la luna, enamorada, sin saber de la oscuridad de la penumbra.

Afuera, un secreto admirador la espía por su ventana, mientras su mano acaricia su entrepierna desahogando, como en un poema, su inspiración.

Es tarde y Azalea desnuda su belleza de espaldas a la noche, preparando el acogedor rincón que cobijará su sueño mientras duerme, ajena a los sentimientos de su agitado espectador.

Azalea se cubre con manta y terciopelo, coloca su preciosa melena castaña entre las enormes almohadas de plumas y se dispone a vivir esos sueños que para ella son la realidad que no logra encontrar durante el día, aquellas cosas inciertas que son más verdaderas que las penas que la persiguen a diario, aquella magia que, está segura, pronto llegará el día en que la acompañará incluso al despertar.

Daniel, desde su escondite improvisado, se acerca y la contempla por la ventana que Azalea ha dejado abierta junto a su cama. La toca con su aliento y la prueba con la mirada, la saborea, la disfruta. El frío de la madrugada hace visibles sus suspiros, formando volutas de aprisionadas emociones que se liberan sólo al encontrarla con el pensamiento.

Azalea sueña dormida una vida libre, feliz, llena de flores y aromas de incienso y rosas.

Daniel sueña despierto una vida con Azalea, feliz, llena de besos y aromas de amor y pasión. Entra por la ventana, se recuesta junto a ella y comienza a tocarla con las manos, sus dedos pasan por cada poro de su vientre y se detienen antes de subir al pecho, la abraza, acerca sus labios a los de ella, la besa tiernamente y mete una mano entre su cabello mientras la otra sube y baja por su espalda. Le hace el amor como no se lo ha hecho a nadie. La ama como nunca ha amado a nadie, la desea como no ha deseado a nadie.

Pero Azalea no despierta, no reacciona, no se mueve. Comienza a sentirse fría, sin vida.

Daniel llora junto al cuerpo inerte de su amada, le da el último beso de su vida y el primero desde su cruel acercamiento al paraíso. Retira la daga ensangrentada del cuello de la joven y se lo encaja en la boca del estómago. Cae tendido junto a ella y, antes de morir, la abraza para acompañarla a vivir su sueño durante toda la eternidad.

El jinete de la muerte sube a su fantasmal corcel y parte de la Tierra, llevándose al más allá dos almas tristes, llenas de dolor y prisioneras del amor.

1 comentario:

karenia dijo...

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