martes, 25 de noviembre de 2008

Hasta el Final


No acabas de cumplir ochenta y dos años. Ni has encogido seis centímetros, sólo pesas cuarenta y cinco kilos y eres bella, elegante y deseable. No hace cincuenta y ocho años que vivimos juntos, pero te amo más que nunca. Te escribo para comprender lo que he vivido, lo que hemos vivido juntos. De nuevo siento mi pecho vacío devorador que sólo colma el calor de tu cuerpo abrazado al mío.

No teníamos prisa. Te desnudé con cuidado. Y descubrí, maravillosa coincidencia de lo real y lo imaginario, la afrodita de milos encarnada. El fulgor nacarado de tus pechos iluminaba tu rostro, durante mucho rato contemplé, mudo, ese milagro de vigor y suavidad. Tú me enseñaste que el placer no es algo que se tome o se dé, sino una forma de darse y demandar la propia donación del otro. Nos entregábamos mutuamente por completo. Durante las semanas que siguieron, nos vimos casi todas las noches, compartirte conmigo el viejo catre desfondado que me servía de cama. No tenía más que sesenta centímetros de ancho y dormíamos apretados uno contra el otro.

Además del catre, mi habitación no contaba más que con una biblioteca hecha con tablas y ladrillos, una mesa inmensa atestada de papeles, una silla y una estufa eléctrica. Mi austeridad no te sorprendió. Tampoco me extraño a mí que lo aceptaras.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

esto es de un libro

Chuy dijo...

espera, me imagino que eso era antes de que se muriera... por que si no, la necrofilia es un tema bastante repugnante