martes, 8 de abril de 2008

Las ultimas calles - los audifonos

Mi primer entrada :D
Gracias por invitarme, miss Ninia Monstruo.

Bueno, esta es una serie de narracioncitas chiquitas que ando haciendo u_u


Los audifonos


Al cruzar la puerta, Miguel se detuvo un poco para respirar. El momento clave en el día es precisamente ese: el Afuera penetrando en el Adentro. Un nuevo día estaba establecido: las calles estaban vacías y la mañana en su intermedio. El sol blanquísimo iluminaba sin ninguna prisa.

Los pasos no resonaban, pero era como si lo hicieran. Parecían también estar solos. ¡Tan solos! Esa soledad y ese silencio eran la Verdad pura, y como era obvio, resultaba incognoscible para el que lo presenciara: eran el rechazo de todo artificio y el himno inaceptable al Absurdo. Por eso, dentro de las fábricas y de las oficinas y de las escuelas, la gente huía de la inmensa Verdad, muy bien ocultos y protegidos detrás de los libros o bajo las órdenes de las órdenes de las órdenes, etc.

Un zacate con apariencia de pelusa crecía de la tierra seca que de vez en cuando aparecía, como si fuera charco, entre el concreto de las banquetas. Así de simple es la vida: existe o no, aunque sea una pelusa. ¿O sentirá el zacate que por eso es tan poquito? De todas maneras, a Miguel no le importaba, precisamente porque sí era una pelusa y, sin darse cuenta, pisó algunas de camino a la parada del camión. Los ojillos opacos palpitaban con rara vivacidad y sus pensamientos se deslizaban alegres y vagos desde el suelo hasta algún objeto indeterminado, que bien podría ser un carro, una casa o un poste, y viceversa. Su respiración lo hacía parecer automático.

Lentamente, algo crecio y brilló con fulgor tremendo en su mirada animalezca: una preocupación heredada hasta él desde sus más remotos ancestros. Algún tiempo antes, en carnes de alguno de aquellos ancestros, pudo haber corrido, desesperado, en busca de auxilio y lo más seguro es que se habría encontrado con alguna deidad. Y siendo estrictos en lo que respecta a su situación geográfica y social, quizá pudo encontrarse con el dios de los católicos y con toda la reconfortante mitología que lo rodea.

Pero, ¡bendita Razón!, ante la imponente figura del Absurdo esos cuentecillos diabólicos ya no bastan. ¡Y para colmo tampoco existe algún florete racional que esgrimir! ¡Qué inmenso, qué verdadero y universal es el Absurdo! Ni fe ni razón, sólo la piel: siento, luego existo.

Pero Miguel estaba solo y se sintió aturdido. La respiración se le agitó, pues una fuerza infinita quería clavarle los pies al suelo para exponerlo de cara a la eternidad y al olvido.

Mientras tanto, en la casa, La Bella, sintiéndose igual de vulnerable ante los mismos temores, se volvió a acostar, encendió la tele con unas ansias muy bien disimuladas en indiferencia de rutina, y de pronto la voz de una formidable hembra dando un anuncio rebotó en las paredes y provocó remolinos en los haces de polvo iluminado. Una sincera sonrisa de alivio se le dibujó en el alma.


La Bella estaba a salvo, pero Miguel estaba todavía atrapado y absorto. Buscó ayuda en los rostros de la gente que iban en el camión, de verdad que la buscó, pero no hubo una sola respuesta ¡nada! Estiro su cabeza hacia la ventanilla para poder disipar el bochorno.

El aire le aclaro un poco las ideas, y con un suspiro ahora sí real, recordó que dentro de su mochililla vieja (llevaba un dibujo a colores contrastantes, muy infantil) traía, junto con su cambio de ropa, un reproductor de mp3. Con notoria desesperación, lo sacó de ahí y lo contempló un momento, con profunda reverencia. Lo guardó en la bolsita delantera de su camisa y procedió a buscar los audífonos. Una y otra vez revolvió la pobre mochililla, sacó y colocó en el asiento contiguo (azul y de plástico, un 218) su cambio de ropa, su desodorante, y nada. Había olvidado los audífonos.


Se le quedó mirando, con los ojillos inertes, a su mochila. Era patética. Igual que su ropa en el asiento indiferente y azul, igual que su desodorante y también que la ropa que traía puesta. Sus zapatitos negros, con las cintas gastadas de las puntas y embarrados con cemento, también eran patéticos.

Pero la vida es así, ¿no? Así de simple, aunque sea una pelusa, ¿no?

5 comentarios:

Tiban dijo...

el dr seuss urbano

Miguel LS dijo...

the cat in the hat at the bus

jajaja

perdon por no poner foto, a la proxima lo hago u_u

Tiban dijo...

jajaja no te preocupes, no es una regla, es que todos somos bien visuales aqui
(unos mas plásticos que otros)

johana dijo...

Asu. A mí se me olvidó mi reproductor de mp3 la vez pasada, en vez de los audífonos.

Ángel L. M. dijo...

está chido!